Imagen del acto de declaración de Ciudadanos Ilustres. (Fotografía: Álvaro Martínez)
Sé que Ademar y Jorge -así como Perico desde el lugar donde esté- están de acuerdo en extender este homenaje a todas y todos los demás integrantes del grupo humano que fundó el SERPAJ a principios de 1981: además de los 3 ayunantes hoy recordados -y ya que Jorge me nombró-, quiero también nombrar a Pancho Bustamante, Patricia Piera, Efraín Olivera, Juan José Mosca, Adolfo Ameixeiras, Mirtha Villa, Giancarlo Monetta, Ernesto Bozzini, Jorge Faget. Y algunas personas que estaban muy cerca, como María Josefina Plá, Angélica Márquez, Quica Cabrera, entre otras.
Pero también queremos incluir en este homenaje –especialmente- a tres grupos de mujeres, que ciertamente fueron y son ilustrísimas ciudadanas de esta ciudad y de este país, y que estuvieron muy cerca de nosotras(os) en aquellos tiempos difíciles pero esperanzados.
Precisamente, cuando cierro los ojos y evoco la escalinata de la casona de Gral. Flores donde el SERPAJ abrió sus puertas, lo primero y lo que más veo es mujeres y mujeres que llegaban (de a dos, casi siempre), un día tras otro, a plantear sus angustias, a pedir apoyo para sus familiares presos, torturados o desaparecidos, o también a ofrecer su ayuda para lo que pudiera servir. Eran mujeres, sobre todo, las que llenaban los plenarios de familiares en las parroquias de Peñarol y Paso Molino, o las que preparaban paquetes para llevar a los penales en esas mismas parroquias.
Uno de esos grupos es el de las Madres de Uruguayos Detenidos-Desaparecidos. Justamente hace 25 años se fundó el grupo de familiares de desaparecidos en Uruguay (hasta ese momento sólo el de desaparecidos en Argentina estaba organizado). Fue Patricia Piera, de SERPAJ, quien acompañó la formación y consolidación de este grupo, desenredando temores y tejiendo confianzas. Y Luz Ibarburu fue una de las ‘Madres’ incondicionales de la primera hora.
El segundo grupo es el de las Madres y Familiares de Procesados por la Justicia Militar. Ese grupo fundamental, que existió entre 1982 y 1985, a menudo es olvidado en las evocaciones de los protagonistas claves de la etapa final de la dictadura; y sin embargo, ellas iniciaron y lideraron la lucha por la amnistía, y lograron que en marzo de 1985 no quedara ni una sola presa ni un solo preso político en las cárceles de nuestro país.
Precisamente este año recordamos también el vigésimo quinto aniversario de lo que fue la segunda carta que esas madres y familiares presentaron al dictador Gregorio Alvarez, pidiendo la amnistía para sus hijas e hijos. La primera carta había sido firmada por 384 madres un año antes (y esa acción, que también fue apoyada por SERPAJ, dio nacimiento formal al grupo). Esperanza Garrido e Iris Valente fueron dos de esas valientes pioneras. La segunda carta fue presentada en 1983 con 23.400 firmas de apoyo, recogidas por las jóvenes organizaciones sociales: ASCEEP, FUCVAM y el PIT.
El tercer grupo –y el más olvidado- es el de las monjas. Monjas sin hábito, que no viven en grandes casas o colegios, sino en pequeñas comunidades en barrios populares como éste (que casualmente es el mío). Empezando por las que nos prestaron esa casona de Gral. Flores para empezar a trabajar, cuando nadie se arriesgaba y muchas puertas se cerraban.
Todas esas monjas estuvieron -desde antes que se fundara SERPAJ- acompañando a los familiares de las víctimas, armando paquetes para los penales, visitando a presos que no tenían familia o visita regular, solidarizándose y conspirando de mil maneras (algunas pagando incluso con la cárcel).
Durante el ayuno de SERPAJ, las monjas jugaron también un papel clave: participando en las concentraciones diarias en la puerta del local; difundiendo la iniciativa boca a boca (en tiempos de férrea censura a los medios); movilizando y sumando adhesiones, y ayunando en sus parroquias y comunidades. Muchas de ellas estuvieron entre las 300 personas que fuimos detenidas en la calle cuando los Granaderos rodearon y ocuparon la sede de SERPAJ, en pleno ayuno…
Las historiadoras feministas han estudiado y explicado bien el fenómeno por el cual los protagonismos de las mujeres resultan siempre invisibilizados en los procesos de reconstrucción histórica, y también en los de construcción de la memoria (procesos distintos y no siempre coincidentes). Y algunas sentimos que -para no ser excepción- los homenajes y actos recordatorios de aquellas gestas de 1983 a lo largo de este año han adolecido de esa ‘ausencia’ o ‘invisibilidad’ de tantas mujeres que desde abajo, desde los grupos de familiares y de derechos humanos, desde los barrios y cooperativas, desde los grupos de amas de casa (que darían origen al Plenario de Mujeres del Uruguay) y hasta desde la trinchera de sus hogares, resistieron a la dictadura de mil maneras. A ellas -y a ustedes, queridas vecinas del zonal 11- les corresponde también este homenaje.
María Martha Delgado
Montevideo, 30 de setiembre de 2008
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